¿Alguna vez has llorado de niño (o incluso como adulto) por no haber conseguido lo que querías? Se conoce como tolerancia a la frustración a la capacidad que tenemos para afrontar la frustración – que no es más que un sentimiento cotidiano. Esta emoción nace de la imposibilidad de satisfacer una necesidad o un deseo y puede causarnos sentimientos de tristeza, ira, decepción y desilusión. Cuando no sabemos gestionar esta respuesta emocional ni la superamos, se dice que tenemos baja tolerancia a la frustración.

¿Cómo identificamos este problema en la infancia?

En los niños con poca tolerancia a la frustración, los problemas o los límites que establecemos suelen causar rabietas, lloros, ira… A menudo, los niños adoptan actitudes exigentes e impulsivas. La respuesta de muchos padres suele ser complacer inmediatamente los deseos de los niños, evitando situaciones a las que tarde o temprano se tendrán que enfrentar. De esta manera, se normalizan actitudes negativas y se establece un patrón: “si lloro o me enfado, consigo lo que quiero.”

Para detectar este tipo de comportamientos en nuestros hijos, podemos observar su conducta ante ciertas situaciones. Hazte estas preguntas:

  • Cuando sufre un problema, ¿lo supera con facilidad?
  • Si sufre alguna crítica, ¿consigue mantenerse tranquilo?
  • Cuando fracasa en alguna actividad, ¿busca otra forma de intentarlo o se enfada/lo abandona?
  • Ante nuevas situaciones, ¿se muestra nervioso o irascible?
  • ¿Es capaz de reírse de sí mismo cuando alguien bromea o si algo le sale mal?
  • ¿Se muestra muy competitivo?
  • ¿Pide de manera muy exigente?
  • ¿Se muestra impaciente o impulsivo con frecuencia?

Tolerar el malestar que provoca la frustración es esencial para un correcto desarrollo, evitando que de adultos seamos incapaces de lidiar con contratiempos. Como ya hemos dicho en muchas ocasiones, aprender a identificar y gestionar todas las emociones – incluso aquellas que consideramos negativas – es esencial en nuestro desarrollo. Recalcamos este punto porque muchos padres entienden mal este concepto. Lo importante no es que tu hijo no se frustre, sino que identifique esta emoción y la gestione correctamente. De nada sirve que evitemos situaciones que puedan “enrabietar” a nuestros hijos, puesto que pronto crecerán y tendrán que enfrentarse a este tipo de contextos sin haber aprendido ninguna herramienta emocional que les ayude.

Por eso, es labor de los padres el establecer una serie de pautas y límites para que los más pequeños entiendan que no todo se consigue aquí y ahora, que a veces las cosas ni siquiera se consiguen y, además, que lo que queremos no es siempre lo que necesitamos.

¿Qué herramientas puedo utilizar para que mi hijo aprenda a lidiar con la frustración?

  • Educar en el esfuerzo: para ello funciona muy bien el refuerzo positivo. Ensénale que, si quieres algo, lo mejor es trabajar en ello. Darle pequeñas recompensas cuando consideramos que se han esforzado les ayudará a mejorar su autoestima y a “querer intentarlo”.
  • No ofrecerle una solución a cada problema: lo mejor es dejarle que aprenda de sus propios errores y busque soluciones a sus propios contratiempos. Los niños deben aprender a pedir ayuda cuando la necesitan. Dales tiempo a que vean su error, anímales a que busquen soluciones por sí mismos y, si fuera necesario, acudan a ti.
  • Tener objetivos: con pequeñas metas razonables, se puede aprender a tolerar la frustración de una manera en la que el niño se sienta cómodo. Dale todo el tiempo que necesite para completar pequeños desafíos, aunque lo haga lento y mal. Probablemente tu hijo sea capaz de hacer más cosas de las que cree por sí mismo.
  • No ceder: es imprescindible que los niños no relaciones rabieta a «mamá/papá hace lo que quiero». Si notas que una actividad le está causando frustración, a veces es recomendable abandonarla para volver a ella después, cuando el niño este tranquilo.
  • Enseñarle nuevos caminos: cuando no se logre los objetivos marcados, podemos enseñarle nuevas maneras de conseguirlo.

¿Tu hijo tiene problemas de ira constantes? ¿Es muy impulsivo? ¿Es incapaz de gestionar sus problemas? Si encuentras dificultades con la actitud de tus hijos, un profesional puede ayudaros a través de la terapia psicológica infantil.